Para poder trasladar materias primas y mercancías, en Gran Bretaña se mejoraron los caminos y se construyeron canales para posibilitar la navegación fluvial.
Fue el ferrocarril el que provocó la revolución en el transporte, gracias a su rapidez, gran capacidad de carga, menor coste por unidad transportada y seguridad para pasajeros y mercancías.
Sobre la base del sistema tradicional de arrastrar vagonetas, Stephenson inventó en 1829 la locomotora, una máquina de vapor capaz de trasladarse sobre rieles.
La primera línea de ferrocarril unió Liverpool y Manchester en 1830. En 1807 se aplicó la máquina de vapor a la navegación y el primer barco de vapor navegó por el río Hudson.
La construcción de la red ferroviaria en la segunda mitad del siglo XIX modificó las costumbres sociales al hacer más rápidos y seguros los viajes. Las expectativas de desarrollo económico creadas por el ferrocarril condujeron, en la década de 1840, a un boom bursátil de las compañías constructoras.
El impulso del mercado
La mejora en infraestructuras y transportes posibilitó el paso hacia una economía de mercado, en la que se produce para la venta.
La expansión comercial británica provino del mercado exterior. Los industriales y comerciantes aprovecharon las oportunidades del mercado atlántico para la exportación de la producción, pero la mayor transformación fue en el mercado nacional, que nutrió el crecimiento de la población al procurar más consumidores.
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